En sus célebres Ensayos, escribe Michel de Montaigne (1533-1592) que tal vez el «daimón» de Sócrates no fuera sino cierto impulso de la voluntad que se le presentase sin consejo de su razonamiento, pues en un alma refinada como la suya, siempre preparada por el continuo ejercicio de la virtud y la prudencia, es verosímil que aquellas inclinaciones, aunque temerarias e incomprensibles, fueran importantes y dignas de ser seguidas. Continúa reflexionando, como es que todos notamos en nosotros mismos, tales agitaciones en forma de opiniones prontas, vehementes y fortuitas. A mí,-continúa Montaigne- que tan poca autoridad doy a la prudencia compéteme darla a esos impulsos, de los que he sentido varios análogos en la debilidad de su razón y en la violencia de su persuasión o disuasión, a los que eran comunes en Sócrates. Y me he dejado llevar de ellos tan útil y felizmente, que podría juzgarse que tenían algo de inspiración divina.
Ensayos
En sus célebres Ensayos, escribe Michel de Montaigne (1533-1592) que tal vez el «daimón» de Sócrates no fuera sino cierto impulso de la voluntad que se le presentase sin consejo de su razonamiento, pues en un alma refinada como la suya, siempre preparada por el continuo ejercicio de la virtud