El lugar donde se aprende y el lugar donde se trabaja conducen a la posibilidad de consolidar una visión del mundo para cualquiera de nosotros, pues se trata, o debería tratarse de espacios donde de algún modo insospechado buscarse el mecanismo que permita encontrar un lugar en el mundo, pero al tiempo lugares para construir algo y ser útil para los demás. Michel Foucault (1926/1984)en Las palabras y las cosas utiliza la metáfora «mal o bien iluminado» para referirse a lugares adecuados e inadecuados, lugares mal iluminados o poco investigados, apenas analizados y en contraposición a ellos, los lugares iluminados, elegidos con esmero, deliberadamente analizados y conducidos a la consciencia.
Marcel Proust (1871/1922) habla de esa misma actitud de «iluminar» (éclaicir) las cosas como acción artística fundamental, parafraseando sus palabras (él me perdonará tan grande atrevimiento) viene a decir que la vida real finalmente descubierta, (el tiempo recuperado) resalta luminosamente y es en consecuencia, la única vida realmente vivida por nosotros, que vale la pena y que en cierto sentido, debemos recuperar pues reside en las personas, los afectos y en las cosas en cada momento.
Igual que todo cambio representa una intervención activa, capaz de acelerar el estado de las cosas, como signo constructivo de reconocimiento, también existe la expresión de la ignorancia destructiva, que debemos combatir.
El lugar de trabajo de la artista, del artesano-a, del arquitecto-a, del pensador-a, del trabajador-a manual, de la panadera-o, señala el estadio primitivo y la dimensión espiritual de posteriores hallazgos de los que hoy estamos tan necesitados.
En todos los tiempos y de forma simbólica el arte ha señalado el lugar reservado a la energía espiritual o emocional de la mujer y el hombre. Es nuestro deber inventarlo siempre desde lo nuevo, darle forma y conservarlo.
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