Si las nuevas sociedades pueden hoy ser definidas como sociedades del trabajo inmaterial, sociedades del conocimiento, hay que reconocer entonces que a las prácticas de producción simbólica, a las actividades orientadas a la producción, trasmisión y circulación en el dominio público de los afectos y los conceptos (los deseos y los significados, los pensamientos y las pasiones) les incumbe en ellas un papel protagonista, absoluta y seriamente prioritario.
Se impone superar el esquema verticalizado emisores- receptores para establecer una economía radial y desjerarquizada de usuarios, un rizoma de utilizadores -actualizando la fórmula utópica de la comunidad de- productores de medios. En este contexto, la gastronomía debe prestar un servicio a sus contemporáneos y salvar el oficio de la frivolidad en que en la actualidad se ha venido sumergiendo. Además de espectáculo, la gastronomía debe comprometerse con los problemas de su tiempo. Comer, debido a su significación moral y global, debe ser contemplado como un acto político. Se trata de reivindicar el valor de compartir el talento, el esfuerzo, el pensamiento y los recursos culturales, de establecer alianzas y trabajar en procesos colaborativos entendiendo que los diferentes se necesitan para crear espacios de representación simbólica.