ultramarina

En 2003 un joven aspirante a diplomático («Relaciones Internacionales») leía en el lejano Stanford, el comentario final a la Dialéctica de la Ilustración de Max Horkheimer y TW Adorno publicada en 1947 en Amsterdam.

(continuará)

Y se aplicó a sí mismo esta especie de exhortación. Como nadie lo había iniciado en la filosofía europea se sintió un descubridor. Se propuso  en primer lugar familiarizarse con el libro creando  un contrasimil para cada simil  que contuviera la Dialéctica algo imprescindible en el mundo del espejo en que vivimos. Si no se puede desarrollar un polo opuesto la proposición no deja de ser trivial.

La encuesta es de una sola pregunta

– ¿ Qué libro has dejado de leer últimamente?

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19 comentarios

  1. En el caso de Musil, porque me ahogaba tanta hipocresía, acababa de leer «El rey de las Dos Sicilias» y me hastió. En el caso de Hegel, la letra tan pequeña y otros desvaríos me alejaron del libro.

  2. Un amigo me pasa esta nota:

    El hombre sin atributos es aquel que desembarazándose de todas las convenciones, las posturas sociales, los contenidos intelectuales o morales, las máscaras identitarias, los sentimientos y emociones calcados de los que difunde el medio ambiente, la sexualidad canalizada por los diques de lo socialmente permitido, volviendo al grado cero de la disponibilidad, construirá su vida oponiéndose a todo automatismo y a todo lugar común de la inteligencia de la vida afectiva y del comportamiento

  3. Lo principal y más importante es que el libro sea propio. No vale dejar de leer un libro o un autor desconocidos, como tantos otros por demás, y ni siquiera un libro que no se ha comprado, previamente, con la clara intención de perder el tiempo preciso en su lectura. Sólo se puede dejar de leer, así las cosas, un libro tuyo, adquirido con el sano (o vago) anhelo de leerno algún día, a la mejor ocasión. Cuando confluyan los astros en el cielo, como se suele decir, o la vez que se coordinen en uno esas dos fantasias que son la realidad y el deseo.

    Pues bien, compre y me traje a casa La angustia de las influencias de Harold Bloom, traducido y publicado por Monte Ávila, en México, luego de una ardua búsqueda y en un encuentro casual en una caseta de la madrileña Cuesta de Moyano. Me costó doce euros y fui feliz durante un tiempo llevándola en la bolsa negra que Pilar Blanco me regaló en mi última visita a Bilbao. Cierto que mi inclinación hacia este título no venía de una pulsión interior, sino del hecho de que Txomin Badiola lo hubiese propuesto para nuestra Biblioteca Desfavorable. A mí, lo reconozco, las influencias no me angustian ni mucho ni poco y Harold Bloom no se encuentran entre mis autores preferidos, ni siquiera cuando estos se eligen más por la necesidad de saber de cuanto supuestamente debe interesarte que por el placer y el gozo capaces de proporcionarte algunos libros, pocos más bien y a dios gracias, pues uno va perdiendo memoria con el tiempo y ya apenas si cabe más en una cabeza abarrotada.

    Cuando llegué a casa, sobra decir que caté el libro. Lo abrí al azar y leí de unas páginas algunas líneas salteadas. Y lo dejé. Lo puse en la pila de libros pendientes y ahí dormita desde entonces, hace casi un año de ello. Por qué, quién lo sabe. Me agustió que fuera a angustiarme reconocer cuánto me debían angustiar las influencias. Me gusta parecerme. Acaso sea el parecido la única posibilidad de pasar plenamente desapercibido. El mejor antídoto contra la falsa pretensión de originalidad.

  4. gracias, inframince. Porque lo curioso de la razón es que la tienes porque te la dan. Pero si te la dan, es porque, quizá, no la tuvieras hasta entonces. Algo de lo cual, indudablemente, en mucho de los casos, lo soslaya la influencia.

  5. Perdona. Si yo me lo pierdo, entonces si que pada algo: que me lo pierdo.
    Aunque no es incompatible prefiero escuchar música: de hecho está demostrado que es peor ser sordo que ciego.
    Aclaración: yo he dicho que no leo libros, no que no lea

  6. Correción de errores: pada es, obviamente, un error. Quería decir pasa. Eso me pasa por no leer libros

  7. Un libro que he dejado de leer (para siempre): Durruti. El corto verano de la anarquía. Estaba convencido de guardarlo en algún estante del pasillo de casa, cuando Luis Castro me lo pidió en préstamo, días atrás. Le prometí buscárselo, pues, con las obras, aún no había tenido tiempo de reorganizar mi biblioteca, y, la verdad, me faltan ganas para ello. El pasado martes, trece de mes, coincidencia, me vi con Luis, como siempre, en la taberna de La Dolores. Llega tarde, Luis, y se disculpa con: mira lo que he encontrado en la biblioteca de la Uned, sacando de la bolsa de mano cuatro o cinco libros entre los que se encuentra el de Ensenberger. Lo abró y me encuentro que está signado con el primero de mis sellos, allá por los años setenta. Es él único ejemplar habido en todas las bibliotecas universitarias de Madrid, me dice, alarmado por un encuentro tan imposible. Me alegra, le contesto, haber llevado a Durruti a la universidad, le contesto fingiendo un aplomo que no es mío. Como el libro que he dejado de leer para siempre, aun cuando, lo comprobé nada más volver a casa y ponerlo todo bocarriba, sigo poseyendo un ejemplar idéntico, pero sin mi sello y tan rígido como si nadie lo hubiese leído nunca.

  8. Parecen esas contradicciones irresolubles que acechan siempre cuando parece que está más cerca la solución para llegar a una realidad más racional y humana.
    Cabe señalar que sobre la eficacia funcional y economicista de los primeros edificios de hormigón al proyecto de ciudad radial de Le Corbusier, infinidad de conflictos artísticos y político sociales surgen entre otras razones por el mesianismo de manifiestos y proyectos de este arquitecto.
    Tal vez sea novedad para algunos conocer que uno de los libros de permanente lectura de Alvar Aalto, uno de esos libros que llamamos de cabecera, que nunca dejó de leer, fue «Memorias de un Revolucionario» del anarquista ruso Peter Kropotkin (además príncipe)

  9. Desde luego antiguamente príncipe y anarquista eran las dos caras de la misma moneda: el príncipe hacía lo que le venía en gana. Seguramente no le sirvió de mucho haber leído tanto.

  10. En la Dialéctica de la Ilustración este ejemplo muestra que el mito se reproduce en las civilizaciones (en la Ilustración). El Héroe escapa a las fuerzas de la naturaleza pero para ello debe atarse, igual que Ulises al mástil del barco

  11. Él hace la trampa y piensa,
    se lo debe,
    el juego que la contenga.
    Decía, un día, un poeta malhumorado y provinciano.

    Atado al mastil del barco, no hay héroe que profundamente lo sea. Desde que el ínclito Savater nos hablará de la tarea del héroe, se nos ha vuelto imposible pensar la heroicidad como un vencer la ociosidad (a la que el príncipe andaba de suyo entregado día y noche, mientras leía y/o se comía las uñas). ¡Maldita sea su gracia!
    La tarea, cosa de ser precisos, era el pensamiento de Penélope, conocedora de la inutilidad de todas ellas, en ese continuo hacer deshacer que constituía su quehacer. Luego, llegó Ulises a su Hacienda y viendo que aquel manto interminable podía ser un producto vendible a poco que se fragmentara, inventó la artesanía popular.
    La lectura acaso siga ese mismo hilo. La lectura es un quehacer deshecho en cada nueva lectura, que hace, con suerte, olvidar la anterior. Lo otro es cosa del mono de Kafka, con el cual, el mono que en estos instantes se ha apoderado de mí, primo hermano de aquel, anda muy enfadado por su pretensión de asemejarse a los hombres.
    Que de poco sirva leer es la mejor prueba de lo mucho que vale leer. Con tal de no creértelo.

  12. Sin embargo, el camino no es un método, el héroe, heroína o mono, busca desesperadamente el procedimiento para obtener el control del camino y lograr que este sea viable.

    Así, en los veinte años que duró la Odisea, Ulises tuvo siempre presente el blando lecho de Penélope.

  13. Precisamente el último libro que he dejado de leer este verano es el Ulises de Joyce, pero no porque se me cayera de las manos, simplemente se acabó el verano, lo que de algún modo vendría a confirmar que la falta pertenece doblemente a la cosa, puesto que por un lado el mito se reproduce y, por otro, el verano de la anarquía, intenso sí, pero siempre se queda corto.

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