ultramarina

Es el mundo, entre otras cosas, un completo inventario de jardines.

jardin-encendido1 Así como se hace recuento de tantas cosas. Uno puede también, como ejercicio quizá recomendable, hacer lista o rescate de parques o jardines. Alejándose de las enciclopedias podrá ir dejando,  sobre la mesa de sus salvamentos, la memoria renueva de todos los jardines que vio y había olvidado, que conoció de oidas o lecturas, que atrapó en algún sueño o en alguna otra parte, para después si así lo desea, dejar crecer el nuevo, diseñado de la suma de todos o ninguno y que será siempre único y múltiplo gozoso de sus partes armadas nuevamente. Allá cada cual cómo lo ilumina.

Entre todos ellos, como cuerda de jardines y parques podremos (o no) encontrar:

El jardín que Aristóteles dejó como herencia. Los exóticos jardines persas de Darío el Grande, el de Afrodita en Citerea, que alumbró la arquitectura, el casi siempre silecioso jardín japonés, el laberinto de setos o de zarzas o de piedras. El jardín salvaje que dejamos crecer por el placer de ver como se somete el caos a sí mismo, ave fenix de los jardines que siempre vuelve y siempre será diferente. El jardín encerrado y portátil que se guarda en una pecera o en un libro. El jardín neumático y extraño de los autómatas. El oscuro, escesivo y siniestro de Bomarzo, o el jardín Botánico, de piezas tan interesantes como dislocadas al que siempre volvemos como el que vuelve a la escuela (o de la escuela) El jardín que entra en la casa y al que la casa deja escapar.

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El jardín de mi barrio y el de mi vecino. El jardín que alguien diseña, el que alguien construye y el que quizá (aún se desconoce) se ha organizado él solo en alguna parte. Un jardín en la Luna, en el desierto, un jardín suspendido y otro vertical, como hijo que le crece a la cascada, un jardín de ciudad y una ciudad jardín, un jardín del Edén y otro del abismo, un jardín en el salón y otro en la cocina, un jardín en el interior de otro jardín, uno iluminado, artificial, sublime y otro escondido, apagado, extraordinario, un jardín de palabras y de hierbas aromáticas y frutas y flores, y otro jardín de ideas, abstracto, permeable, inaccesible, o también un parque, todos los parques que no son el mismo.

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El hombre es Dios cuando cuida, con o sin esmero, su jardín o su huerto. El parque es otra cosa. El parque es un contenedor y, muchas veces, un digno espejo de su contenido. La ciudad, anémica de jardines, intenta respirar cuidando el parque. El parque y el jardín mantienen una relación atenta, y hasta exquisita, eso nos consta, pero así como el jardín podrá llegar, si alguna vez lo desea,  a ser un parque, nunca el parque que nació como tal llegará a ser jardín, y será por eso y no por otra cosa por esa querencia, que muchas veces los parques respiren un aire melancólico y hasta triste.

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Edu López. Fragmento del texto de introducción a un Proyecto para Espacio Público de Rare Corporation.  2.008-9

4 comentarios

  1. Me trae a la memoria «El Jardín de Finzi Contini». Había una flor fragil y preciosa llamada Dominique Sanda. Creo que vive, pero si pudiera preferiría no verla. Haría pedazos el recuerdo

  2. Mas éstos, zanzara, tienen potencialmente el poder de iluminar la red de mediaciones sociales por la que nos movemos y comunicamos, es decir, los discursos explícitos e implícitos a través de los que interpretamos la imagen y la palabra.

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