La fuerza de una carretera varía según se la recorra a pie o se la sobrevuele en aeroplano. Así también, la fuerza de un texto varía según sea leído o copiado. Quien vuela, sólo ve cómo la carretera va deslizándose por el paisaje y se desdevana ante sus ojos siguiendo las mismas leyes del terreno circundante.
Tan solo quien recorre a pie una carretera advierte su dominio y descubre cómo en ese mismo terreno que para el aviador no es más que una llanura desplegada, la carretera en cada una de sus curvas, va ordenando el despliegue de lejanías, miradores calveros y perspectivas como la voz de mando de un oficial hace salir a los soldados de sus filas. Del mismo modo solo el texto copiado puede dar órdenes al alma de quien se lo está trabajando, mientras que el simple lector jamás conocerá los nuevos paisajes que, dentro de él, va convocando el texto, esa carretera que atraviesa su cada vez más densa selva interior: porque el lector obedece al movimiento de su Yo en el libre espacio aéreo del ensueño, mientras que el copista deja que el texto le dé órdenes.
De ahí que la costumbre china de copiar libros fuera una garantía incomparable de cultura literaria, y la copia, una clave para penetrar en los enigmas de la China