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Quehacer. Perder el tiempo por ganar tiempo. Andar ocupado.

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Así es como lo no esencial, lo no dotado de interés en sí mismo, lo no artístico, pues, si se quiere ver así, conforme la historia del arte lo remarca hasta el punto insoportable de la insolencia. Frente al largo viaje, repleto de múltiples haceres, de Ulises ocupando páginas y páginas, las cuales solo han servido para hacerles perder el tiempo a infinidad de generaciones de estudiantes y aprendices de literatos (en cualquier caso, buen aprendizaje este de aprender a perder el tiempo cuando lo que se busca es aprender, al tiempo, a vivir del cuento) el quehacer constante y aburrido (¿seguro?) Hay que ver cómo libera la imaginación lo maquinal, lo que sólo se lleva entre manos de Penélope. O por qué no, la constancia con que Cezanne pinta un día y otro día la montaña de Saint Victorie.

5 comentarios

  1. Captar la vida como las imágenes de Nanook of the North
    Lo difícil es captar una vida que se desliza como los peces entre los dedos del esquimal.

  2. Necesitaba cien sesiones de trabajo para un bodegón, ciento cincuenta sesiones de pose para un retrato. Aquello que llamamos su obra no era para él más que un ensayo y una aproximación a su pintura.
    Escribió M. Merleau-Ponty sobre Cézanne.

  3. Si, «el momento de la sensación verdadera» estaba sin duda mas cercano a lo secundario, marginal y accesorio por oposición a lo central y específico.

  4. Cuando con Cezanne la forma toma nuevamente posesión de la tela, no lo hará más atendiendo a la geometría ilusionista de la perspectiva como sabemos. La aproximación al modelo obligó a la pintura a convertirse en objeto, sin duda al quehacer

  5. ¿Responder? Pudiera. Pero, ¿acertar? Dar con la respuesta apropiada, esto mejor aplazarlo. Retardar la solución cuanto sea posible. Esperar a que la misma respuesta tenga tan poco valor como la pregunta a la cual ha destronado. Así pasa el tiempo quien canta. Tan lejos del fnal como del principio. Ausente por igual de quién es como de dónde está. Sumido en un fragmento de la línea de instantes (instalínea) cuyo adireccionalidad es evidente. En lugar de responder, quedarse heciendo la respuesta que nunca brilla, que jamás alcanzará la gloria de volverse certeza fiera.

    Construir la respuesta sólo en los detalles que, llegado el caso, servirían de sosten a su armazón. Como las piezas de un mecano inacabable que en un momento determinado, con cansancio o con razón, obliga a la pregunta a girar sobre sí misma: ¿para qué sirvo? ¿ a qué venía yo aquí?

    Así es el tiempo del Quehacer. Un tiempo entretenido con su propio transcurrir inane. Un tiempo no intercambiable como mercancía. ¿Qué fue de la bufanda de Penélope? ¿Por qué Argos no necesita de la apoyatura de una magdalena para recordar? Hay una vida de perros y hay un destino, prometidos hasta el final de los siglos en el matrimonio del cielo y del infierno. Andar ocupado en algo, cazar moscas, por ejemplo, dar de comer a los peces, procurar que crezcan los rumores, desentrañar el arte así pues, alivia de la parquedad del camino. Todo acaso «consiste en transformar los enfrentamientos en perfiles» (Didi Huberman. El bailaor de soledades)

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