En toda verdadera obra de arte hay un lugar en el que quien allí se sitúa recibe un frescor como el de la brisa de un amanecer verdadero.
De aquí resulta que el arte, visto a menudo como refractario a toda relación con el progreso, puede servir a la auténtica determinación de éste. El progreso no está en la continuidad del curso del tiempo, sino en sus interferencias allí donde por primera vez con la sobriedad del amanecer, se hace sentir algo verdaderamente nuevo.
Un comentario
El arte: tirar la piedra y a veces esconder la mano.